El 16 de abril de 1973 quedó marcado en la historia española. Esa mañana, un accidente automovilístico apagó la voz de Nino Bravo, justo cuando su carrera despegaba a la gloria. Quienes lo conocieron en sus visitas a Chile lo describen como alguien cálido, afable y con un talento inigualable.
Todo indicaba que el 16 de abril de 1973 sería un día como cualquier otro. Hace algunos años que los viajes entre distintas ciudades de su natal España –e incluso hacia países del continente americano– se habían vuelto parte de su rutina: para entonces, Luis Manuel Ferri Llopis, conocido popularmente por el nombre de Nino Bravo, ya era señalado como el portador de una de las voces más inconfundibles del cancionero hispanohablante, responsable de la inmortalización de éxitos de la talla de Te quiero, te quiero; Es el viento y Un beso y una flor.
Sin embargo, el viaje que emprendería esa mañana tenía una connotación diferente. El cantante no iba solo, sino que acompañado por los músicos José Juesas Francés, Fernando Romero y Miguel Ciaurriz. Y tampoco se dirigía a uno de sus shows, pues llegaría desde Valencia a Madrid en su calidad de representante del dúo Humo, compuesto por Romero y Ciaurriz, los que debían asistir al estudio para hacer algunos ajustes de un sencillo que estaba pronto a estrenarse.
El grupo discutió sobre la opción de llegar a la capital española en avión, pero terminaron viajando arriba del auto de Nino, un BMW 2800 L blanco de segunda mano que el cantante había comprado hace poco. Partieron a las 7:30 de la mañana y se detuvieron a desayunar a mitad de camino, para estar de nuevo en la ruta antes de que el reloj marcara las 10 en punto.
Cuando faltaban apenas 90 kilómetros para llegar a Madrid, Nino, que estaba detrás del volante, perdió el control del vehículo al entrar en una curva. El auto se salió de la carretera y dio varias vueltas de campana antes de quedar apostado a un costado del camino, con las ruedas delanteras torcidas y el techo y el capó destruidos. Los tres músicos que viajaban en los asientos traseros lograron salir del auto y sobrevivir, pero Nino no corrió la misma suerte. No se sabe con certeza si falleció antes de que llegara la ambulancia o durante el traslado al hospital. Lo único seguro es que ya no había nada más que hacer.
La muerte lo alcanzó en un momento lleno de alegrías. Luego de varios altos y bajos, su trabajo por fin estaba recibiendo el reconocimiento que merecía. Logró posicionar varias de sus canciones en el top de España, y ya había tenido una extensa gira por Latinoamérica (que pasó por Chile con un recital en el icónico teatro Astor). Además, se había casado y esperaba a su segunda hija con María Martínez Gil. Su partida, sorpresiva y trágica, impactó a sus compatriotas y fanáticos de este lado del mundo por igual. Tenía apenas 28 años y pasaba por el mejor momento de su breve, pero contundente carrera musical. Probablemente nunca imaginó que su imagen adquiriría esa condición de leyenda, que lo mantiene vigente hasta nuestros días.
Los recuerdos de su paso por Chile
En 1971, la XII edición del Festival de Viña del Mar tuvo a Nino Bravo entre sus números estelares internacionales. Justamente ese año fue el debut de Horacio Saavedra como director de la orquesta que por entonces acompañaba a los músicos que subían a la Quinta Vergara.
“Yo era muy cabro chico, tendría 22 o 23. Y además nunca he representado la edad que tengo, así que me veía más cabro todavía… Era mi primer festival y me pusieron de acompañante a don Saúl San Martín, un pianista argentino, aunque lo suyo no era dirigir. Nino era su sello, así que dijo ‘aquí me luzco yo y lo dirijo’. Pero este señor no cachaba nada de música popular, y yo con mis músicos de esa época, que eran Pato Salazar, Carlos Corales, un equipo de muchachos jóvenes que estábamos comenzando y las hacíamos todas, nos pusimos la tarea de aprendernos todos los temas del Nino”, recuerda el actual concejal de Maipú.
“Este señor llegó al ensayo, además, con un poquito de trago. Movía las manos y los músicos agachados, riéndose, se decían ‘no lo miren, no lo miren’, porque ellos estaban tocando de memoria lo que se sabían. Ese fue mi primera vez con Nino Bravo, muy buena persona, un excelente cantante”, afirma Saavedra, que luego estuvo con el músico en los especiales televisivos que realizó Televisión Nacional en 1972, cuando llegó a presentarse en el histórico teatro Astor.
“Él vino a Chile sin ser todavía número 1. En España sí. En Europa lo era, pero acá aún era poco conocido. Pero lo que te da la dimensión de lo que él hacía es que hasta el día de hoy sus canciones perduran y se siguen tocando, y suenan actuales… Incluso han hecho duetos con artistas actuales. O sea, su repertorio, que no fue muy extenso porque no alcanzó a hacer tantas grabaciones, se han mantenido en el tiempo. Y son canciones ya clásicas, que todo el mundo conoce”, señala el ex director.
Otro personaje que pudo compartir con el español fue el periodista y locutor Pablo Aguilera, cuando aún trabajaba en la extinta Radio Chilena. “En el festival de Viña me tocó entrevistarlo. Era muy amable, muy gentil, por lo menos yo no le vi esos aires de divo ni mucho menos. Era muy sencillo, muy cordial. Y muy asequible para la prensa, no había problema”, afirma el comunicador.
De su presentación en el marco del festival, Aguilera recuerda que fue un show “tremendamente exitoso. Demostraba sus cualidades vocales porque tenía un registro extraordinario, e incluso en algunos momentos bajó el micrófono para cantar prácticamente a capela. Tenía una voz prodigiosa, realmente. Yo diría que fue un tremendo éxito en ese instante. Fue una de las figuras fuertes del festival. Y posteriormente también”.
Sin embargo, y a diferencia de Saavedra, el actual conductor de Radio Pudahuel comenta que, para su llegada al certamen viñamarino, Nino Bravo ya era una figura reconocida en el mundo. “Quizás no era tan conocido televisivamente, pero radialmente sí. Sus canciones ya eran tremendos éxitos que las escuchábamos a cada rato en la radio, las tocábamos mucho. Y yo diría que ya era bastante ídolo. En ese momento era una de las figuras españolas más importantes dentro de la música popular. Llegó grande, y obviamente se hizo mucho más grande después de su muerte”.
Un legado que perdura
La noticia del accidente ocupó portadas de todo el continente, y Chile no fue la excepción. Por esos días, la primera página de La Tercera anunciaba el fallecimiento del músico con el siguiente titular: “Mujeres lloran al astro de Te quiero, te quiero: Cantante Nino Bravo se mató en choque”.
El artículo al interior del diario ya le confería el título de ídolo, una condición que se fue reafirmando con el paso del tiempo y que aún perdura. ¿Cuáles eran esos aspectos que hacían de Nino Bravo un artista tan excepcional? “Era diferente al resto de los baladistas. Cantó a diferentes autores, pero formó un perfecto tándem con Pablo Herrero y José Luis Armenteros, antiguos músicos del grupo instrumental Los Relámpagos, que le crearon un repertorio noble que fue producido con pequeños detalles audaces: piensen en el clavicordio que abría Un beso y una flor”, comenta a Culto el reconocido periodista musical de El País, Diego Manrique.
Sobre el legado que dejó a la música hispana, Manrique afirma que se trata de un reconocimiento que terminó de consolidarse posterior a su fallecimiento. “Puede que su muerte pasara relativamente desapercibida. España tenía entonces unas carreteras muy primitivas y eran frecuentes los accidentes con muertes, especialmente entre músicos, obligados a recorridos infernales. Solo después comprendimos lo que habíamos perdido: un talento único, de enorme plasticidad emocional”.
En ese contexto, Aguilera recuerda que en 1976 la española Cecilia también falleció en el marco de un accidente automovilístico. Cabe recordar que este tampoco fue el primer incidente de Nino: en noviembre de 1972, el artista ya había sufrido un choque con algunos de sus músicos, del que lograron salir con vida.
“En ese momento aún no sabíamos la edad exacta que tenía. Y enterarnos de eso fue lo que más nos impresionó. No cumplía los 30 todavía… Era mucho más joven de lo que representaba. Eso fue lo más impactante”, recuerda el locutor. “La calidad de voz que tenía, la verdad es que en ese momento era inigualable. Había algunos artistas argentinos y de España que trataron de seguir en la onda, con el registro de voz que él tenía. Pero ninguno lo igualó. Era muy excepcional”.
Manrique comparte esa percepción que posiciona a Bravo como un cantante sin comparación. “A diferencia de otros compañeros suyos, nunca vimos la (posible) decadencia de Nino. Nos queda el vocalista poderoso que cantaba a la libertad, que evocaba el potencial de América, que erotizaba la Puerta del amor”.
Horacio Saavedra recalca lo mismo. “Yo creo que no ha salido ninguna voz como la de él después. Esa es la verdad. Camilo Sesto se le acercó un poco, pero la fuerza que él tenía como valenciano, el estilo y el sonido, eran inigualables. Además, lo acompañaban estas canciones preciosas, trabajaba con los mejores autores… Él tenía una carrera esplendorosa por delante”.